La pianista de Michael Haneke (2001)

06.01.2021

"Nadie debe superarte, hija mía."


Largometraje escrito y dirigido por el cineasta austriaco Michael Haneke, con la fotografía de Christian Berger y las interpretaciones de Isabelle Huppert, Benoît Magimel y Annie Girardot. En el año de su estreno esta coproducción entre Francia, Austria y Alemania cosecho un buen puñado de premios; entre los que destacan el gran premio del jurado del festival de Cannes o el premio a la mejor interpretación para Isabelle Huppert y para Benoît Magimel.

La película; adaptación de la novela homónima de Elfriede Jelinek y publicada en 1983, nos mete en la vida de Erika Kohut (Isabelle Huppert) una profesora de piano en el prestigioso conservatorio de Viena que vive con su madre (Annie Girardot), con la que mantiene una relación de amor-odio. Cierto día conoce a Walter Klemmer (Benoît Magimel) en la celebración de un recital privado y este sentirá una especial atracción hacia ella; por lo que se propondrá seducirla.


Esta es una película de un marcado carácter psicológico. A lo largo de esta, la protagonista irá mostrando una serie de conductas sexuales que en un primer momento se podrían categorizar como perversas; como la práctica del voyeurismo, el deseo incestuoso para con su madre o la atracción por el daño físico. A partir de este momento debemos realizarnos dos preguntas; la primera, ¿por qué tiene estas conductas? y la segunda, ¿de qué forma se plasman en la película dichas conductas? La primera cuestión la contestaré mediante un estudio conductual; para ello me he apoyado en el artículo publicado por la revista de la asociación cultural trama&fondo. La segunda la contestaré atendiendo a los elementos narrativos y estéticos que configuran el film.

Lo primero que hay que abordar para comprender la conducta de Erika es la relación de esta con la madre. Una madre totalitaria, que al igual que en la filosofía política, emplea el miedo como un dispositivo de control de la esfera privada del individuo. La madre se entromete y controla la vida privada de Erika como si de una adolescente se tratara. Esta relación se pone de manifiesto ya en las dos primeras escenas de la película. En la primera retrata a la madre totalitaria, mediante el uso de colores cálidos y movimientos de cámara violentos que acentúan el conflicto que se está representando. La segunda con una cámara estática y el empleo de colores fríos, donde se puede deducir la búsqueda de el "yo ideal". Aquí entraría su actividad cultural; la cual, como objeto socialmente aceptado la emplea como escudo contra la pulsión sexual, lo que nos hace sospechar de la virginidad de Erika. También hay que tener en cuenta la ausencia del padre como un condicionante decisivo en la configuración de su conducta. 

Cuando Erika conoce a Walter comienza un proceso que llevará a la materialización de la relación sexual. Pero antes debemos diferenciar la perversión de la psicosis, en este caso se trata de un caso de psicosis, teniendo como prueba primera la escena de la ablación. Rodada con una cámara fija que sigue con cierta distancia a Erika, esta es una escena que, a pesar de su violencia, no se atisba ningún indicio de sentimientos, mucho menos de dolor. Tanto por el cromatismo utilizado que pareciera representar lo contrario de lo que se está representando, como por una completa falta de encuadres del rostro ya que, igual que Erika limpia la sangre, ella esconde sus sentimientos con recelo. Este ejercicio de automutilación indolora nos hace pensar en una percepción de extrañamiento del propio cuerpo, siguiendo la teoría freudiana.

Por tanto, la perversión no sería más que un montaje que llevará a la realización del deseo de Erika, comenzando por la escena de los cristales. Una escena que tiene su lectura en la envidia, donde el sujeto envidia al objeto por alguna cualidad o posesión, en este caso el talento de su alumna. Sin embargo, también hay otra causa más primaria que explica dicha envidia, aquí entra en juego la feminidad, la cual no se define en base a la belleza o el atractivo sexual, sino a través de un "tercero masculino", en este caso Walter Klemmer. La escena sigue en todo momento a Erika, intercambiando primeros planos de su rostro con planos generales. Ya en la parte de los colgadores cogerá un pañuelo rojo para romper una copa y meter los cristales en el bolsillo de su alumna. Dicha escena esta rodada con un travelling que sigue a Erika pero no nos hace partícipes de la acción, además emplea los percheros como líneas de guía verticales, un recurso que aparecerá más veces a lo largo de la película. Acto seguido se sucede la escena del baño que sigue la dialéctica amo-esclavo, donde Erika se constituirá como la que humilla, somete y amenaza. Será esta posición lo que la salvaguarda de su compromiso en el acto sexual, buscando el goce exclusivo de su amante. Esta es la escena con un mayor contraste entre los personajes y el entorno. Aquí lo importante es la relación entre los dos personajes, por lo que cualquier distracción del entorno no interesa. 

La siguiente escena en la que me detendré es lectura de la carta. Una carta en la que pone de manifiesto su deseo de ser golpeada, donde el amante, ella misma y su madre tienen unos roles bien definidos, donde la madre será incapaz de defender a su hija, quedando como un personaje pasivo. Esta fantasía constituiría un acercamiento a la feminidad por parte de Erika. En esta escena llama la atención el contraste que se establece entre el exterior y le interior de la habitación; la luminosidad de la habitación frente a la oscuridad del exterior, la quietud frente al movimiento. A esta escena le sigue la escena del deseo incestuoso para con su madre, rodada en un claro-oscuro, donde Erika ocupa el lugar del padre ausente en el lecho matrimonial. Más tarde tiene lugar la relación sexual en el vestuario, donde Erika se mostrará sumisa; así lo atestigua el plano contrapicado de Erika tumbada en el suelo. Aquí el entorno, al igual que pasaba con la escena de la copa rota, influye en la acción, ocultando el acto sexual que se está llevando a cabo. Ya en casa de Erika presenciaremos la escena de mayor violencia de la película, con la paliza y violación de Erika a manos de Walter; donde la madre, al igual que en su fantasía, tiene el papel de sujeto pasivo. Ya al final de la película, en la velada previa al concierto. Erika busca con la mirada a Walter pero este la ignora; ha dejado de ser objeto de su deseo. Ella, mostrando por primera vez sus emociones a la cámara en un primer plano, coge un cuchillo que tenía guardado y se lo clava en el pecho. En la imagen final Erika está "enjaulada" al igual que lo está su mente.



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